La ruptura

17.06.2016 12:11

Cuando algo no va como debe ir desde el principio, lo mejor es ponerle punto y final. Lo mismo ocurre  en el caso de una relación, si la cosa no va bien, mejor que no vaya de ninguna manera. Eso lo tenía claro, y aunque le dio más oportunidades a la cosa de lo que solía (él le gustaba eso, estaba claro), sabía que no podía estirarse más el asunto. Esta noche habían quedado para hablar y pronunciaría las espantosas palabras de despedida. Odiaba esta parte de las relaciones personales. No le gustaba decir adiós. Siempre le resultaba difícil. Sin embargo, eso jamás le había impedido romper con nadie.  Por mucho cariño que le tuviera. Si era que no, era que no. No le dedicó más pensamientos al asunto de la ruptura y cuando llegó la noche, se arregló con el mismo cuidado que siempre. Nada tenía que ver la velocidad con el tocino y el mundo no se iba a acabar esa noche. Se puso guapa, cogió su móvil y salió a la calle. Habían quedado en un bar que frecuentaban en los últimos meses. Uno de esos lugares que se ve con claridad que son flor de un día. Bonitos, a la moda, con buena música, bebidas ingeniosas y llenos de gente, pero sin esencia. Así era un poco la relación que habían tenido. Vistosa pero sin alma. Nunca fueron una pareja de verdad. De esas que comparten un amor invencible, una atracción irrefrenable, una pasión única. Ambos eran guapos, populares y estaban acostumbrados a tener lo que tenían. En esta ocasión, se habían querido el uno al otro y se habían tenido. Sencillo, como un juego de niños. Ahora, ella ya no quería seguir jugando. Todas aquellas cosas que le habían atraído de él, ahora le resultaban aburridas. Era un tipo guapísimo, con una sonrisa irresistible, pero bastante vacío. Sin nada que le diferenciara de los demás. Y a ella le gustaban las diferencias… al menos, durante un tiempo. Se iba diciendo así mismo que merecía a alguien mejor. Al mejor, y lo hacía sin ni siquiera darse cuenta que sus pensamientos eran tan superficiales, vacíos y aburridos como los que le achacaba al que estaba camino de convertirse en su ex. Ella fue la que llegó primero a la cita. Algo extraño ya que solía dejar pasar unos veinte minutos para hacerse esperar. Se sentó, pidió una cerveza y se puso a jugar con su móvil mientras miraba por la ventana esperando verlo llegar. Nada. Nadie. ¿Le habría pasado algo?, se preguntó, preocupada por primera vez. ¿Habría llegado demasiado tarde y él se habría aburrido de esperarla? Era extraño pero no imposible.  “¿Has visto a un chico moreno, alto y delgado, venir por aquí antes que yo?”, le preguntó al camarero. “No, todavía es temprano guapa, pero si no encuentras pareja aquí me tienes”, le soltó el camarero con descaro. Se marchó sonriendo a la mesa. Le encantaban los piropos. Se alimentaba de ellos. Su teléfono estaba iluminado. Tenía un mensaje. Se precipitó a mirarlo con franca curiosidad. “Siento no haber acudido a la cita, pero odio hacer estas cosas en persona. Creo que es mejor que dejemos de vernos. Me aburro contigo. Eres preciosa pero un latazo de tía. No me llames más”.