La ventana

18.05.2017 12:38

Cargada con tres bolsas de la compra, apenas podía levantar la cabeza, pero siempre lo hacía por instinto cuando regresaba a casa. Esta vez se encontró la ventana del salón abierta de par en par. “¿Pero no has cerrado?”, le espetó a su pareja, “Sabes que se pueden tirar los gatos por la ventana y hacerse daño. Es peligroso. No tenéis cuidado ninguno”. Inició la perorata tantas veces reiterada con el mismo efecto: ninguno. Miro para el jardín y no vio gato alguno. Bueno, parecía que los felinos no se habían dado cuenta del despiste. Volvió a alzar la vista y le pareció ver algo. Concretamente una mano al otro lado de la ventana. Se quedó parada justo antes de entrar al portal. “¿Qué haces? Que no se han tirado mujer, les da más miedo a ellos la altura que a ti”, dijo su marido. “No. No es eso. Creo que hay alguien en casa. He visto una mano”. “¿Una mano? Sería una cola de gato lo que has visto… No volvemos a ver películas de terror por la noche. Anda sube que esto pesa”. Pero sus piernas no respondían. No era capaz de avanzar. Lo que había visto era una mano, una mano que subía y bajaba. como acariciando a uno de los gatos. “Te digo que alguien entró en casa”, reiteró con cabezonería.  Él pasó por delante cargado con bolsas y ella, a ver qué remedio, siguió sus pasos. La subida de la escalera se le hizo el pequeño recorrido más largo que nunca. El miedo es lo que tiene, alarga los minutos a su antojo. Al girar la llave y abrirse la puerta la casa estaba en silencio y aparentemente vacía. Los gatos, como siempre, esperando en la entrada. Mientras su chico colocaba la compra, ella recorrió la casa por completo, miró debajo de las camas y los sillones, en la ducha, en los armarios… nada. “Ves… ya te dije que habría sido un gato”. No le quedó otra que guardar silencio y darle la razón. No vería más películas de terror por las noches. Según fueron pasando las horas se olvidó del asunto. Pasó la hora de la comida, pasó también la tarde haciendo deberes con los niños, la cena, el cuento de buenas noches y la hora de disfrutar de un rato de tranquilidad, frente al televisor, tumbados en el sofá. Una noche más, fue su marido quién la llevó a la cama completamente dormida. “Venga que contigo no puedo”, le decía. Se dejó llevar y se metió en la cama, entre sueños, como siempre. Se vino a despertar cuando él, o tal vez uno de los gatos, comenzó a jugar con su pelo, de una manera suave y cariñosa. Muy agradable. Pensó que ya sería de día, pero el cuarto estaba completamente a oscuras. Se sentó en la cama, perpleja y algo desorientada. Su pareja estaba profundamente dormida a su lado y también los gatos. Los dos, uno a los pies de la cama y el otro en un cojín en el suelo. Se llevó instintivamente la mano al cabello, justo al lugar dónde había sentido la caricia. “Lo tienes muy bonito”, dijo una voz en susurros, “llevaba, desde que te vi por la ventana esta mañana, pensando en acariciarlo”…