Libros

13.08.2013 11:20

Desde niño supo que tenía el poder de vivir las vidas de otros. De conocer nuevos mundos y experimentar sensaciones hasta entonces le habían sido desconocidas. Era lógico, se crió en una librería y, desde que tenía uso de razón, los libros habían sido su razón de existir. Vivía más dentro de sus páginas que en el mundo real. Sabía, como pocos niños en el mundo saben, que, si lo deseaba, podía volar hasta el país de Nunca Jamás o bucear hasta tocar con sus dedos el mismísimo Nautilus. Sabía que había cosas que no podía hacer porque su conciencia, Pepito Grillo, no se lo permitiría. Sabía que había villanos, piratas, ladrones y bellacos malísimos que siempre se las ingeniaban para idear nuevas estratagemas encaminadas a cosas tan lógicas como destruir el mundo, pero también era consciente de que había príncipes, princesas, espadachines, rufianes con buen corazón, héroes de todo calado que se lo impedirían. Pronto conoció a los clásicos, y la novela negra, y las diferentes generaciones de grandes escritores españoles, europeos, americanos, asiáticos, africanos, oceánicos... no le quedó un libro por descubrir. Pronto se dio cuenta de lo decepcionando y nauseabuendo que podía ser el mundo y se refugió en la literatura. Nada nuevo. Nada que no hiciera antes el desquiciado y genial hidalgo Adolfo Quijano, más conocido para todos como Don Quijote. Su amigo. Su mentor. Comenzó a confundir la realidad con la ficción y nada fuera de los libros tenía ya sentido. Porqué horrorizarse viendo el telediario si podía volver a soñar cada día leyendo novelas, teatro, ensayo, poesía, se preguntaba cada día. E iba pasando su vida, de la introducción al epílogo, de la primera a la última página de cada nuevo ejemplar. Su casa estaba inundada por libros de toda clase, tamaño, género, color y valía. Desde auténticos incunables a ejemplares de librero viejo comprados por menos que nada; de últimas edicciones a nuevas publicaciones recién descargadas de internet. De lujosas ediciones a destrozados libros sacados de la basura. Comprados u obtenidos de forma ilegal, su vida, su mundo, su universo, era la literatura. Nada le interesaba fuera de las páginas de un libro y por eso, justo por eso, descuidó la librería familiar y se arruinó. Sus escasas rentas, fallecida ya toda su familia, se convirtieron en nada y su casa pasó a estar en poder de otros. Daba igual de quién. Daba igual todo. Cogió todas sus posesiones, las metió dentro de la vieja camioneta familiar, y gastó sus últimos céntimos en gasolina. Inició así el primer y único gran viaje de su vida, llevando consigo todas las posesiones materiales que le interesaban: los libros. Entre ellos, sepultado bajo su peso, acariciado por sus páginas, refugiado entre sus historias, le encontraron unos niños que jugaban en la playa. En su rostro marchito, descubrieron la mirada perdida de un soñador que ya se encontraba muy lejos de allí. Probablemente, en algún punto indefinido de Nunca Jamás. Probablemente en un lugar mejor.