Mermelada con recuerdos

14.11.2013 17:04

Foto: Javier Saénz

 

 

Con los ojos cargados, casi doloridos, todavía por el sueño, se arrastró hacia la cocina. Había pasado una noche horrible. Demasiado preocupado para poder dormir, demasiado triste para descansar bien, demasiado dolido por su ausencia. Su terrible y dañina ausencia. Tan dolido como antes lo estuvo por su presencia. Así eran las despedidas, amargas. Desoladoras. Eternas. Con movimientos lentos y demorados preparó la cafetera italiana y la puso al fuego. Nada como el café hecho a fuego lento. Calentó un par de cruasanes y sacó del frigorífico el último frasco de mermelada que ella había preparado. Podía recordar perfectamente cada uno de sus movimientos. Bellos y cadenciosos, como ella.  Sus manos pálidas pelando melocotones, el movimiento ágil del cuchillo partiéndolos y ese olor que desprendía la fruta y el azúcar fundiéndose en uno bajo el calor del fuego. Untó con suavidad la mantequilla en el dulce y dejó resbalar la mermelada, perdiéndose en la anaranjada promesa de una experiencia deliciosa. Dio un primer mordisco y dejó, con deleite,  que resbalara por su garganta. Y otro bocado, y otro, y otro más, hasta acabar por completo con todo, con una voracidad imposible de contener. Permitió, qué otra cosa podía hacer, que una lágrima rodara por su mejilla, con ella se iban sus recuerdos, su memoria, sus besos, sus caricias. Dio un largo trago al café y se preparó para empezar a olvidar.