Miedo a volar

05.06.2013 12:25

Le daba miedo volar. No sabía porqué. No tenía ningún recuerdo traumático. Al menos, ninguno que él recordara. El momento de subirse a un avión era indefinible. Abrumador. Se le paralizaban las piernas, la respiración se le agitaba y sentía que aquella sería la última que podría volver a sentirse así, obviamente, sospechando un trágico accidente durante el vuelo, pero nunca pasaba nada. Nunca pasaba nada, hasta que pasó. Y fue algo que le cambió la vida por completo. Al iniciar el vuelo, sus sentimientos eran los de siempre. Asfixia, sudor frío y un terror intenso que se prolongaba por sus músculos. La noche anterior, no había conseguido dormir nada. Sacó sus pastillas tranquilizantes de la cartera de ejecutivo que le acompañaba en cada viaje de negocios, y pulsó el botón para pedirle agua a la azafata. A los pocos minutos, una señorita uniformada se dirigió a él. "¿En qué puedo ayudarle?". "Me podría traer una botella de agua, por favor. Llevo muy mal los vuelos y necesito agua para tomarme un tranquilizante", aclaró al ver en sul rostro un gesto que claramente venía a decir: dentro de un rato pasará el carrito con las bebidas. Sin embargo, ella se hizo cargo de la situación y en seguida regresó con la botella de agua. De pronto, reparó en ella. Su rostro era sereno, tranquilizador y, sobre todo, bellísimo. El resto de las mujeres del avión, a su lado, parecían inexistentes. No podía dejar de mirarla. "¿Es la primera vez que está en este vuelo, no?", le preguntó. "Sí, una urgencia de última hora, nos obligó a cambiar algunas rutas... ¿está mejor?". Mucho mejor, pensó él, pero no dijo nada, tan sólo sonrió. Las tres horas que duraba el recorrido se redujeron a su mínima expresión. En ningún momento dejó de buscarla con la mirada. Ella siempre le estaba mirando con semblante protector. "Ya hemos llegado", le dijo ella cuando el resto del pasaje había bajado ya del avión y él continuaba sentado en su silla. "¿Cómo se encuentra?". "Bien. ¿Seguirá volando en esta compañía?". "Creo que sí", aseguró ella con una sonrisa radiante. "¿Le veré pronto?". "La próxima semana", dijo él, y añadió. "De alguna manera me ha ayudado usted a perder el miedo a volar". "Me lo dice mucha gente", confesó. "Creo que cada uno necesitamos nuestro ángel de la guarda para que nos de la seguridad que nos falta. No siempre conocemos los motivos por los que tenemos miedo. Lo mismo le ocurría a su abuelo". "¿Mi abuelo?", dijo él. Y de pronto se acordó, fue su abuelo, cuando era pequeño, el que le contó un accidente de avión del que se salvó de milagro. Ya era muy mayor, y aseguraba, según su madre debido al trauma y a la senilidad, que una bella joven le salvó de morir abrasado. Una azafata. "La mujer más bella que había visto nunca", decía. Su abuelo pasó mucho tiempo en el hospital y acabó por evitar contarle a nadie esa historia. Probablemente, pensaba ahora, para que no le tomaran por loco. Se sonrió por el recuerdo que acababa de recuperar de algún rincón de su memoria y cuando buscó a la chica no la encontró. Sólo un azafato malhumorado le miraba desde la entrada del avión. "Tiene que salir ya, caballero. Tenemos que limpiar el aparato". Nunca volvió a verla. Nunca volvió a tener miedo de subir a un avión.