Uno más

04.05.2016 19:17

Cuando todos los medios publicaron la noticia de su desaparición, su familia ya lo daba por perdido. Tantas horas bajo el agua..., a pesar de que la esperanza siempre queda, les resultaba imposible ver la luz al final del túnel. Todos, sin decirlo en voz alta, tenían claro que se había ahogado practicando submarinismo. Él también lo pensó. Cuando se enganchó en aquellas rocas y dejó de poder controlar sus movimientos, tuvo claro que era el final. De hecho, cuando abrió los ojos tras horas de inconsciencia, no podía entender nada. Llevaba horas, tal vez días, bajo el agua. La bombona de oxígeno había dejado de funcionar hacia tiempo, de eso estaba seguro, y, sin embargo, hay estaba él, tumbado en el fondo del mar. Ya ni siquiera seguía enganchado a nada. Estaba, como uno de esos peces que se camuflan entre la arena, prácticamente enterrado. No podía entender nada, pero, en cualquier caso, si no estaba muerto y por el motivo que fuera había conseguido adaptarse al medio, debía subir a la superficie. Volver a su vida normal. Avisar a todos de que no había muerto. Intentó impulsarse con las piernas hacia arriba, como quién da un gran salto de pértiga. Fue entonces, y solo entonces, cuando se dio cuenta de que ya no tenía piernas sino una bella cola cubierta de escamas. Sus brazos eran aletas y su respiración branqueal. Lejos de asustarse pensó, "Coño entonces Julio no se ahogó el año pasado, tendrá que estar por aquí cerca". Y se marchó, camuflado como quien dice, entre un banco de peces gigantes que ni siquiera se dignaron a mirarle.